A partir de las 8 p. m. de hoy, los pupilos de un cuestionado Hernán Medford tendrán quizás el último juego para demostrar que más de un año de preparación estuvo bien invertido.
El Estadio Ricardo Saprissa será el mejor escenario para un reencuentro tan esperado como lejano: afición y jugadores en un solo corazón.
Pero, como lo gritaba ayer a todo pulmón el preparador físico Marcelo Tulbovitz en la última práctica, “la alegría del futbol debe partir de los jugadores hacia la tribunas, nunca es al revés”.
Y eso es tan cierto como que por más que la gente apoye a sus muchachos, si estos no juegan bien, el divorcio será inminente.
Hasta la fecha, esa ha sido la tónica en lo que va del proceso: un equipo lleno de dudas que no practica un juego agradable y que ni siquiera consigue resultados, pues tiene más de un año de no conocer la victoria, todo un récord negativo.
Si una derrota sería el acabóse, pues deja a la Selección fuera del Mundial del 2010 en Sudáfrica, el triunfo no garantiza que se despierte en el seguidor ningún efecto de identidad con el grupo.
De nada serviría pasar sobre los caribeños si no hay una evidencia concreta de que se ha mejorado, pues lo que viene es más complicado aún.
La lógica es clara: si sufrimos en el partido de ida ante unos obreros con poca historia, ¿cuán dolorosos serán los juegos ante selecciones con mayor oficio, como Panamá o El Salvador y, peor aún, ante potencias de la región, como México y Estados Unidos?
Hoy, jugadores y cuerpo técnico tienen la palabra. Si se clasifica, habrá tiempo para las correcciones y en ellas, nada debe quedar fuera del análisis riguroso.
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